Cadenas que no atan, el símbolo de A Vida y La nena

Nuestras cadenas conectan, unen espacios. Por eso hoy son visibles en muchos de los proyectos a los que damos forma

En el universo estético de La nena —y por extensión de todo el ecosistema A Group— hay un elemento que, sin decir una sola palabra, lo dice todo. Son las cadenas. Esculturas funcionales, metáforas suspendidas, símbolos de una identidad que rehúye lo previsible para abrazar lo genuino.

En cada tienda de La nena, también en el espectacular showroom de A Vida en Lugo, estas piezas de gran formato nos reciben como portales a un mundo donde el diseño es pensamiento y la fabricación, un arte.

Diseñadas y fabricadas por los equipos de A Vida, cada cadena es única. Las hay monumentales, de más de diez metros de longitud, y otras más sutiles, de apenas de uno o dos metros.

Algunas evocan las cadenas marinas que anclan los navíos —sólidas, poéticas, capaces de sostener sueños sin que se dispersen—. Otras recuerdan las cadenas de bicicleta que nos llevaban por caminos de infancia: evocaciones táctiles y sostenibles que nos reconectan con el mundo físico, tangible, verdadero.

Cadenas que beben de una forma de pensar y hacer

Cada eslabón es distinto. Cada curva, un gesto. No hay moldes replicados, ni producción en serie. Hay visión. Hay manufactura experta. Hay un profundo respeto por la materia y por el proceso.

Estas cadenas no están hechas en cadena. Al contrario, nacen de la decisión consciente de no replicar lo que ya existe, de no hacer lo que todos hacen. Son el resultado de una filosofía que combina arte, industria y una innegociable voluntad de crear desde lo esencial.

En el showroom de A Group, en el corazón creativo de Lugo, la imponente cadena que preside el espacio no solo decora: articula el espacio, lo narra. Cuelga del techo con la rotundidad de una idea clara y la gracia de un objeto bello. Traza líneas de fuga hacia lo singular, recordándonos que la belleza no está en el ornamento sino en la intención.

Así, las cadenas de A Vida y La nena se han convertido en un signo reconocible, en un gesto firme y a la vez ligero que habla de las capacidades fabriles y creativas del grupo. Son un código propio, una declaración de principios. En ellas se condensan la innovación, la capacidad de hacer con las manos lo que antes solo era una imagen en la mente, la voluntad de soñar distinto.

Nuestras cadenas no atan: conectan. Nos vinculan con la tierra y con la imaginación, con lo que somos y con lo que podemos llegar a ser. Son, en definitiva, una forma de decir —sin necesidad de palabras— que aquí, en este grupo, el diseño es alma y la fabricación, orgullo.

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